Cierta ocasión en altamar, en medio de la tripulación de un barco, existía un marinero que, por el hecho de ser creyente, convertido recientemente, era motivo de insultos y burlas por parte de sus compañeros.
En un bello día, el capitán del barco, reuniendo a los marineros en la cubierta, tomó un catalejo y comenzó a mirar el horizonte de un lado hacia otro. Miraba, miraba, hasta que los marineros, curiosos, quisieron saber de qué se trataba.
El capitán, sacando los ojos del catalejo, se dirigió al marinero creyente y le dijo:
- Miré por todos lados. Miré y me cansé de mirar, pero no logré ver a Dios.
Entonces el marinero, levantándose, tomó la Biblia, y abriéndola en el libro de Mateo 5:8, leyó esta rara joya del Amado Maestro:
“Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios.”
Colaboración: Gabriela Coimbra
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